Le di a mi hijo el mecanismo hiperbólico para que no molestara y funcionó: todo el trayecto hasta nuestra constelación jugó con él en silencio. El objeto lo asombró tanto que en los siguientes seis quantums anuales no lo dejó en paz. Fue durante el séptimo que por fin lo olvidó. Sin embargo, mi asombro fue grande al ver que él mismo inventó su propia versión.
¡Imaginen mi orgullo hoy que viajo por primera vez en esta nave diseñada por él con base en aquella chatarra de juguete que una vez le di para que no molestara!