¡Eric Arthur Blair! —gritó furibunda la maestra de Geografía del cuarto grado. —No me importa que usted sea un alumno recomendado: si vuelve a distraerse en mi clase, lo expulso para siempre, ¿me escuchó bien, jovencito?
El joven se despertó de un brinco y solo atinó a contestar con un leve: —S… sí, maestra.
Una vez que la clase sobre “Recursos naturales básicos para la existencia humana” hubo concluido, los alumnos y alumnas asistentes tomaron sus útiles escolares con el fin de cambiar de aula; así comenzó en los pasillos de la escuela preparatoria St. Cyprian, el acostumbrado peregrinar de estudiantes entre materia y materia. Solo un estudiante quedó en el aula vacía: estaba demasiado ensimismado en sus pensamientos, como siempre. La maestra se acercó a él y con un tono completamente opuesto al de antes, le dijo: —Blair, la sesión terminó: debes irte a tu próxima clase o llegarás tarde.
Otra vez el muchacho despertó bruscamente y solo pudo contestar un casi inaudible: —S… sí, lo siento.
Se apresuró a tomar sus útiles y antes de salir fue detenido por una última reflexión de la profesora: —Blair, deja de pensar en esas ideas raras como las que me has platicado. En verdad veo imposible que la humanidad llegue a vivir en una sociedad tan desquiciada como imaginas. Mira a tu alrededor: ¿de verdad crees que los seres humanos somos capaces de olvidar que la naturaleza nos brinda el ambiente propicio para nuestra existencia?