Hoy fue el primer día que mi hija visitó el campo de refugiados: llegó muy emocionada porque pensó que estaban acampando. Luego de un par de pláticas, se enteró de la realidad y lloró mucho. Incluso estuvo enojada durante todo el camino de regreso. Al llegar a la casa, hablamos mucho y nos abrazamos. Ahora que sabe que la mejor forma de ayudarlos es apoyarlos con la esperanza de un mejor mañana, vuelve gustosa a visitar el campamento de refugiados cada vez que vamos.