De aquí siempre comienza el cambio y la diferencia:
poner la duda sobre todo lo conocido.
Sobre el qué seremos, qué somos y lo que fuimos.
A dónde vamos o sobre nuestra permanencia.
Porqué hacemos algo, porqué su consecuencia.
O simplemente, cuestionar porqué escribimos.
O qué, para quién, qué caso tiene lo emitido.
Habrá que buscar de la duda, la quintaesencia.
Porque gracias a la duda nos fortalecemos,
de una eterna búsqueda es cómo se aprende más:
cuando al final, nos llega tan ansiada respuesta.
Pero lo mejor queda cuando la duda ha muerto:
revolviéndose entre aparente tranquilidad,
sigilosamente, una nueva duda aqueja.