Durante las plácidas tardes de verano, mi abuela toca el piano divinamente. Y cada que lo hace, las flores del jardín danzan y hasta al piano le salen nuevas teclas: las blancas se convierten en palomas y salen volando por la ventana; las negras se convierten en pingüinos y se meten al refrigerador para evitar tanto bochorno. Yo me quedo bien quietecita en mi lugar porque solo así puedo escuchar a mi abuela, que durante las plácidas tardes de verano, toca el piano divinamente.