El viejo coronel veía caer las hojas de los árboles frente al paredón. Con la amnistía firmada por ambas naciones, la prisión militar había sido clausurada un par de días atrás. Recordó con gran tristeza las vidas que obligó a sus hombres a arrebatarle a cientos de desconocidos que desfilaron frente a ellos. Lloró profundamente.
Lo último que se escuchó fue el aleteó de muchos pájaros asustados esa tarde. Le había puesto el silenciador: no quería volver a perturbar la paz de sus camaradas.