Ella está enamorada del mar. Lo repite una y otra vez hasta cansarse. Dice que lo ama tanto que lo extraña hasta las lágrimas cuando está lejos. Lágrimas saladas como el agua del océano; tanto así lo extraña.
Entonces, en la aridez de la ciudad, se acuerda de esos bellos atardeceres pletóricos de poesía que le regala. Añora sus cálidas aguas que le obsequia cual si fueran caricias delicadas que van y vienen. Rememora la brisa fresca jugando entre sus lánguidos cabellos.
Y se emociona. Se llena de sensaciones deliciosas. Y a veces llora una (solo una) lágrima de dicha.
Pasa algún tiempo y vuelve a preparar el viaje. Evita los tiempos que las noticias dicen que el mar está embravecido, que hace mal tiempo o que está nublado y sin ningún atractivo.
Es extraño, pero siempre que decide volver al mar, lo encuentra espléndido, soleado y lleno de tanta vida que resulta emocionante, como siempre lo recuerda y, precisamente, eso la hace volver.
Sin embargo, no es nada extraño. Lo que simplemente sucede, y ella no lo sabe, es que en realidad es el mar quién está perdidamente enamorado de ella. Y se emociona tanto al verla volver, que despliega toda su hermosura para retenerla todo el tiempo que puede. Y cuando el inevitable adiós vuelve, regresan sus huracanes, sus tempestades y sus olas asesinas llenas de amargura y añoranza.
Wow hermoso Alexandro y pensar que yo también amo el amar…Saludos!
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Gracias por tus hermosas palabras, compañera de amor hacia el océano. Bendiciones.
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