Caperucita también tomó un atajo; tal como el lobo. Se encontraron en un claro del bosque que ya habían acordado y preparado desde el cuento anterior.
Sin grandes preámbulos pasaron a la acción directa: el lobo uso sus grandes ojos para agasajarse mejor que nunca, los animales del bosque usaron sus grandes orejas para escucharlos mejor que nunca, y la chiquilla uso esa dulzura de boquita suya para comérselo mejor que nunca. Todo en no más de quince minutos.
Luego, ya más relajados, siguieron con el guión clásico: el lobo adelantándose a la casa de la abuelita, la caperuza componiéndose las ropas, arreglándose el cabello, y finalmente, sorbiendo ese chorrito que le escurría por una de las comisuras de sus finos labios encarnados a fin de que la dulce abuelita no se diera cuenta de nada.